“El Palacio sin Máscara”. Abominables engaños históricos.

Por : Jairo Bravo Vélez

Gracias a la bondad de un entrañable compañero de luchas e ideales tengo en mi poder el libro “EL PALACIO SIN MASCARA” del valiosísimo escritor y periodista colombiano GERMAN CASTRO CAICEDO.  El autor es considerado decano del periodismo en Colombia, realizó más de mil programas de “Enviado Especial”, dejó más de dos docenas de libros escritos y una gran cantidad de reportajes en varios diarios del país y fuera de él.

Entre sus libros recordamos Colombia amarga, El Karina, Perdidos en el Amazonas, La Bruja y Mi alma se la dejo al Diablo, el hueco, entre muchos más.

 Muchos años se desempeñó como periodista en el periódico El Tiempo en cuyo medio -y el país también- se lo recuerda por sus grandes reportajes, Lo que quiere decir que el libro al que hacemos referencia, por su autor, merece toda credibilidad, amén de que, como se advierte, sus afirmaciones están avaladas por serias pruebas documentales y testimoniales.

En la contraportada se lee: “El palacio sin máscara es lo que nadie le dijo al país durante 22 años en torno al holocausto del 6 y 7 de noviembre de 1985, tiempo durante el cual parecería que se hubiese realizado un pacto para ocultar parte de lo ocurrido allí.”

Cuando se dice la verdad a medias, cuando se ocultan los hechos en forma mal intencionada o se sesga la verdad con propósitos protervos, significa que se miente, que se edifica una falsedad. Pero las abominables falacias de la mal llamada ‘toma del palacio de justicia’ de nuestro país han traído letales consecuencias, empezando por la masacre de más de un centenar de colombianos valiosos.

Así como en este caso se ha engañado a los colombianos dibujándoles una realidad distinta asimismo se ha actuado con el caso del mal llamado proceso ocho mil y con los falsos positivos que dejaron una suma genocida de víctimas calculada en seis mil cuatrocientos dos jóvenes campesinos inocentes asesinados.

Nuestro historiador y columnista, el ipialeño Jorge Luis Piedrahita con objetiva propiedad afirma al respecto: “6.402 cadáveres, son el censo de la seguridad democrática 2002-2010, que arrojó ese saldo terrorífico de jóvenes masacrados por las armas del Estado, si se tiene en cuenta que  3.225, fue el catastro igualmente espantoso de la dictadura de Pinochet, debe reconocerse que las víctimas del siniestro dictador chileno por lo menos eran contestatarias y beligerantes en contra de su máquina de muerte, mientras que las inmoladas en la horripilante dictadura de Uribe hubieran querido ser ciertamente contratadas para recoger café como con avilantez lo dijo, pero por el contrario, eran inermes adolescentes que fueron engañados por los militares interesados en mejorar las estadísticas de la seguridad  democrática que no era sino terrorismo de Estado”.

Respecto al proceso ocho mil el jurista Ernesto Amézquita Camacho dice: “En suma, el Proceso 8000 fue una vergüenza de Colombia ante el mundo por el manejo politiquero de intereses personales, trasnacionales y de justicia espectáculo que se le dio y se sigue dando cada vez que se avecina una nueva campaña electoral o el morbo amarillista quiera desviar la atención de graves situaciones que, coyunturalmente, atraviese el país…”

A través de la lectura de la obra en comento se pueden establecer muchas verdades para tenerlas en claro y no continuar en la falacia y el engaño:

UNA. – El ejército como los servicios de seguridad del Estado supieron con suficiente anticipación que la guerrilla planificaba tomarse el edificio de la Corte Suprema de Justicia. ¿Por qué no actuaron para impedirlo y esperaron a que el hecho se produjera para lanzarse en una batalla que dejó más de cien víctimas?

DOS. – El día de la toma la edificación del Palacio estaba desprotegida y, óigase bien, la policía había sido retirada de allí y no había presencia alguna del Ejército.

TRES. – no hubo negociación porque el glorioso Ejército no la permitió pretermitiendo la voluntad del presiente Betancourt. Esto quiere decir que fueron los militares los que actuaron a su criterio. Ese fue un golpe blando mientras el jefe de Estado leía versos.

CUARTA. –  El Maestro Reyes Echandía y los demás magistrados de la Corte fueron asesinados con balas oficiales. Así lo determinó criminalística en su experticia.

QUINTA. – Los militares se saciaron en torturar de manera ominosa a sus víctimas no únicamente a las personas que estaban en El Palacio sino en otros lugares.

SEXTA. – el incendio lo causó el Ejército con un famoso rocketazo y con los carros blindados de combate.

SEPTIMA. – “Allí lo que hubo fue una batalla campal entre el Ejército y la guerrilla, un arrasamiento con los rehenes en el medio, cuyas vidas no contaron para nada”

OCTAVA. –  Andrés Almarales del Comando Superior del M-19 fue sacado con vida de Palacio, herido solamente en una pierna y trasladado a la Escuela de Apoyo Logística; allí fue asesinado y su cadáver devuelto al Palacio para ser sacado después entre los muertos. Lo mismo ocurrió con muchos otros.

Podríamos encontrar muchas otras verdades que han quedado en el ostracismo como la de aquellos bellacos que han tratado de decir que el Maestro Alfonso Reyes Echandía se portó como un cobarde. Al contrario, aprovechando su grandiosa cultura intelectual, buscó de todas formas el diálogo, lo gritó a los cuatro vientos, exigió negociación y su actitud valerosa y de demócrata fue lastimosamente nugatoria.

La rotunda negación al diálogo en la toma del Palacio de Justicia nos debe llevar a una sola y única conclusión: hay diálogo de acuerdo a la calidad de los rehenes. Es lastimera la deducción, pero históricamente se puede demostrar con algunos ejemplos: en 1969 delincuentes comunes secuestran al patriarca de Caldas Fernando Londoño Londoño. Los secuestradores exigen que se despeje una zona del departamento; su amigo el presidente Carlos Lleras Restrepo y su Consejo de ministros ordenan el despeje de la zona.

Se hizo con un solo rehén. Se negoció con el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado, con Francisco Santos, con Diana Turbay. Se negoció con la toma de la Embajada de República Dominicana donde se secuestró a más de veinte embajadores entre los que estaban el Nuncio Apostólico de su Santidad y el Embajador de Estados Unidos.

Para el Establecimiento los magistrados de la Honorable Corte Suprema de Justicia, los jueces y funcionarios del poder judicial y demás colaboradores no podían ser vistos como objeto de negociación. Así miran los estamentos retardatarios a nuestro Servicio de Justicia y a sus abnegados colaboradores.

Cuando la oligarquía en este país ve en peligro sus intereses o el de cualquiera de sus miembros mandan al diablo el universal principio a la igualdad y al debido proceso. Utilizan todos sus medios publicitarios y noticiosos para mostrar una verdad contraria a la verdad verdadera.

Abraham Lincoln dijo: “puedes engañar a todo el mundo algún tiempo, puedes engañar a algunos todo el tiempo, pero no puedes engañas a todo el mundo, todo el tiempo.

 jairobravo2010@hotmail.es 

0 Comments

Submit a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

¡Envíanos Tu Artículo!