LA JUSTICIA INJUSTA
Por : Jairo Bravo Vélez
Los Ciudadanos sin distingo de clase, condición, tendencias políticas y/o religiosas, actividades que desarrollen en el campo cultural, familiar, laboral, social o económico, etc. siempre que enfrentan alguna situación, no importa que sea de tipo conflictivo o de cualquier trámite judicial, esperan que el servicio de justicia sea eficiente, equilibrado, justo, equitativo, funcional y diligente.
El VII mandamiento del Decálogo Del Abogado de Eduardo J. Couture dice: “el tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración”. Cuando los procesos caminan con la lentitud de tortuga violan inexorablemente derechos fundamentales que convierten, -no es exagerarlo afirmarlo- a los litigantes en víctimas del Estado.
Es lamentable y deprimente constatar cómo las personas tocan las puertas de las oficinas de los abogados litigantes a quienes han confiado un asunto y solo reciben expresiones como: tengan paciencia, esperemos, ya parece que el señor juez se va a pronunciar.
Los usuarios, en su gran mayoría, creen equivocadamente que son sus apoderados los culpables de esa lentitud y esa tardanza, podrá haber casos que empiece en sus despachos, más la gran responsabilidad está en los funcionarios encargados de darles agilidad y si nos ponemos a profundizar en el tema concluiremos que se encuentra en el sistema de justicia, en el Estado.” Leyes hay, lo que no hay es justicia” afirmó Ernesto Mallo, con sobrada razón.
Mas, la deshumanización de los funcionarios encargados de darle curso, darle trámite, darle vida al servicio de justicia, es alarmante, inconcebible; ese cáncer que carcome a nuestra justicia no podemos endilgarlo sino a esos servidores públicos que no miran sino a través de su escritorio y no más allá de él, se olvidan, desprecian al ser humano, no lo tienen en cuenta, lo ignoran. Afortunadamente hay, para bien de los usuarios y de la justicia, honrosas excepciones.
No se quiere hacer descalificación total o desafío a la administración de justicia como parte del establecimiento, sino a las malas prácticas que se han generalizado y la reina de ellas es la lentitud y morosidad, que ha traído secuelas de grandes proporciones, empezando por la generalizada incredulidad en la justicia, grave virus que si no se trata de remediar nos puede llevar en un mañana, más temprano que tarde, al desbordamiento en la práctica de la justicia privada cuyos tentáculos ya empiezan a aparecer.
Individualmente el daño que se causa al individuo es incalculable desde el punto de vista económico y moral. “Los pueblos a quienes no se hace justicia se la toman por sí mismos más tarde o más pronto” (Voltaire).
“A lo largo de la historia, ha sido la inacción de quienes podrían haber actuado; la indiferencia de quienes deberían haberlo sabido mejor; el silencio de la voz de la justicia cuando más importaba; que ha hecho posible que el mal triunfe” (HAILE SELASSIE). Esta paremia del que fuera el último monarca en ocupar el trono imperial de Etiopía, víctima del fascista dictador italiano Benito Mussolini, cabe analizarla en toda su extensión respecto del tema que estamos desarrollando: según él, con mucha propiedad y realismo, afirma que el mal triunfa por la inacción, por la indiferencia, por el silencio, que es sinónimo de los dos anteriores, y que convierten a los operadores de justicia en coautores de la injusticia.
Ejemplos de ese realismo, dibujado en la máxima citada, existen y se propagan por todo el ámbito de los despachos y oficinas de los incontables tribunales de administración de justicia. Procesos que nunca acaban, investigaciones que duermen polvorientas en los anaqueles de despachos, personas privadas de su libertad que esperan ansiosas, inocentes o no, que, algún día, se resuelva su asunto; diligencias que no se programan, vehículos que se oxidan porque faltó un minúsculo detalle o porque la experticia no se ha allegado al proceso, y cuando la morosidad avergonzada lo entrega ya su dueño no puede recuperarlo porque el valor adeudado en los parqueaderos vale más que el automotor, sin contar los innumerables y valiosos bienes que llegan a la cueva de Rolando llamada SAE, apelaciones que no llegan, etc., etc.,.
Voy a hacer conocer un caso que fue el que me motivó a escribir estas notas y que desborda cualquier situación ideada por la imaginación humana ya que es una oda a la indolencia y al desprecio por la libertad y por la dignidad humana y que yo no había conocido en cuarenta y dos años que fungí como apoderado en asuntos penales.
Unos labriegos de un municipio de nuestra región una tarde de diversión y licor, decidieron robar el celular de un andante en un camino vecinal; fueron capturados debido a su torpe proceder y se los puso a disposición de la fiscalía del lugar. Los hechos ocurrieron el 27 de enero de 2022, en junio 5 de ese mismo año el juzgado competente profirió sentencia de doce (12) meses de prisión intramural. Hasta aquí todo está dentro del campo de la normalidad. Pero su peregrinaje y viacrucis comenzó realmente cuando los condenados cumplieron sus tres quintas partes el día 29 de agosto de este año. ¡OIGANMÉ, CON MAYÚSCULAS! Advirtiendo la morosidad perenne el defensor cinco días antes del vencimiento del término de libertad la solicitó ante el juzgado de ejecución de penas en la ciudad de Pasto.
Solamente el 29 de agosto ejecución de penas ordenó oficiar al INPEC, con nota de urgencia, la remisión de documentos necesarios para la concesión de la libertad. En cinco (5) de octubre (ya llevaban 36 días privados de su libertad irregularmente) el juzgado de ejecución, por segunda vez, oficia al director del IMPEC para que envíe los documentos.
Ante la reiterada omisión, negligencia, dilación, morosidad e ilicitud del EPMSC, con fecha 20 de octubre/23 el desesperado defensor presenta ACCION DE HABEAS CORPUS que es un amparo constitucional que busca la libertad inmediata de los detenidos ilegalmente y que en este caso fue negado por un juez de Ipiales, al igual que la apelación respectiva. Hubo una segunda solicitud de habeas corpus que fue negada y los labriegos ansiosos no entendían que pasaba con su situación.
Después de 70 días de reclusorio no debido, los labriegos pudieron hacer uso de su movilidad; ellos no saben ni podrán entenderlo nunca que, por culpa de este sistema paquidérmico y deshumanizado, amén de funcionarios totalmente irrespetuosos de los derechos humanos, estuvieron privados de su libertad dos angustiosos meses y un poco más, sin legitimidad.
Estas injusticias que quedan arrumadas en el archivo del olvido allá en un rincón sucio y oscuro de un despacho judicial me dejan un tufillo de inconformidad individual que me carcome el alma y me hace pensar en la sentencia de Aristóteles: “en su mejor momento, el hombre es el más noble de todos los animales; separado de la ley y de la justicia es el peor”
¿Habría ley y justicia para los labriegos de esta historia?
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