Semental a los sesenta

Por : Javier Chaves Osejo

A los sesenta, cuando la sociedad dicta silenciosamente que el deseo se atenúa, surge una verdad incómoda: no siempre es así. En esta columna, el autor reflexiona con humor y sinceridad sobre las expectativas, los prejuicios y las realidades íntimas que acompañan la madurez masculina. Una mirada sin pudor —ni solemnidad— a la vitalidad, la masculinidad tardía y las pequeñas batallas del cuerpo que insiste en seguir vivo.

Todo empezó cuando terminé de ver la película dirigida por la productora cinematográfica de origen japonés Hisako Matsui, La forma de los sueños, y, paralelamente, inicié la lectura del libro El despertar llega tarde, de Steven Heighton. La protagonista de la película muere a los 60 años, al igual que el autor de la obra literaria.
Aquel paralelismo numérico me dejó perplejo y, ante esta coincidencia, nació la necesidad inevitable de reflexionar sobre el tránsito de estos virtuosos por los parajes de la cultura.

Esa noche permanecí en vela.
Sesenta: un número como cualquier otro o, quizá, uno crucial para la humanidad.
¿Qué puede pasar en 60 días?, ¿en 60 semanas?, ¿o en 60 años? Tal vez lo mismo, tal vez algo distinto, tal vez todo.

El aire que respiramos hoy no es el mismo de hace seis décadas: más contaminado, sí, pero con idéntica misión; gases que se funden con el viento y sostienen la vida en este planeta. Lo mismo ocurre con el agua, cada vez más escasa.
Sesenta años transforman a la humanidad. ¿Somos los mismos?, ¿cambiamos?, ¿fueron mejores las generaciones de antes?, ¿dejaron los padres un mundo digno de sus hijos?, ¿dejaremos nosotros hijos dignos del mundo?

Sesenta años para recordar. El pasado eterno vuelve con sus momentos buenos y sus momentos menos buenos. Con el tiempo entendemos que aquellos instantes que creíamos malos solo eran “buenos en menor grado”. De ellos nace la experiencia, esa huella que no se ve pero que se siente cada vez que un hijo o un nieto pregunta, y quien escucha responde con ahínco —a veces mejor que la IA—. En sus ojos aparece la admiración por la voz que sabe. Resolver un problema es lo de menos, incluso si es estructural.
En cada religión existen sabios: quienes vivieron para contar. También en eso se convierte quien alcanza las seis décadas. Sesenta es un número infinito: siempre habrá algo que recordar y mil anécdotas que narrar. Lo vivido no se borra: se transforma.

El sol, más viejo que todo, jamás ha dejado de brillar. Las estrellas iluminan la noche, custodiadas por la luna. Y quien llega a los 60 brilla de manera propia, como si explorara, junto con los científicos, los cuerpos celestes del universo finito. Los sesenta son mágicos: no se buscan, llegan. Y su magia aparece sin aviso.
Las cosas fabricadas hace sesenta años hoy tienen un valor enorme. No hay espacio para la duda ante un nuevo día, porque eso pondría en riesgo el prestigio ya ganado. Los demás reconocen la valía de esta descendencia y esa dignidad debe portarse como el bastón de mando que sostuvieron ejércitos, comunidades y monarcas.

Los nacidos en este lapso llevan años abriéndose paso por el mundo. Detenerse sería mostrarse lisonjero con quienes halagan. Vienen de generaciones donde una canica o un trompo tenían tanto valor como un celular de alta gama, y por eso se guardan en cofres solo accesibles para coleccionistas.
Jugar a las cocinadas o a la liber era más divertido que cualquier videojuego actual. Las habilidades comerciales nacieron del intercambio de figuras para llenar álbumes de moda. Las destrezas manuales surgieron de embolar zapatos o hacer bailar la pirinola. Los demás detalles, solo ellos los saben.

Sesenta también tiene un simbolismo profundo para culturas orientales que aprendieron a leer el cosmos desde el esoterismo. Cada símbolo tenía un significado que conectaba el todo con el todo.
Los maestros de entonces —y aún hoy, los maestros actuales— enseñaron a escribir primero el 6 y luego el 0. Lo sumaron, lo restaron, lo dividieron. Le hicieron toda clase de operaciones matemáticas hasta que este número adquirió el valor que lo representa. Lo multiplicaron y quedó magnetizado en la existencia misma.

Y surge otra pregunta: ¿cómo es posible que hoy sean “sesenteros”, pero los llamen “ochenteros”?
La respuesta es sencilla: nadie mejor que ellos para hablar de una época que vivieron con el furor de la juventud. Tararean clásicos del rock, baladas en español e inglés. Fueron testigos del lanzamiento de grandes obras literarias como En nombre de la rosa, De amor y de sombra, El amor en los tiempos del cólera o Los renglones torcidos de Dios.
En Colombia presenciaron el surgimiento y caída de movimientos sociales y políticos como las AUC o el M-19.

Los nacidos en esta década sienten la conexión entre el número 60 y la alquimia secreta del amor: cerrar cinco decenas y abrir nuevas puertas sin el afán de los primeros años, de manera más pura y elevada.
Los kabalistas afirman que el 60 converge con la pasión y la sabiduría, la entrega y la paciencia. Equilibra: bajan los deseos, suben los sentimientos.
No es coincidencia. También fue elegido para medir el tiempo, base de los babilonios para contar las horas. Coincide con la primera luz del día y la primera estrella de la noche. Una danza rítmica y exacta. Diez veces seis: el sesenta vuelve inmortales las batallas vividas.

A simple vista no pasa nada, pero contemplarlo vuelve ensimismado a quien lo hace. La mente viaja entre bibliotecas consumidas y pragmatismos perfeccionados. La historia se vuelve idílica: el protagonista la crea con su propia vivencia.
En los 60 nacieron y empezaron su historia. Hoy la edad coincide: el 6 adelante. Los nacidos en el 60 tienen 65 años; los del 65 sienten devoción por el 60.
Son capaces de narrar, sin exagerar, los hechos que marcaron al mundo: la llegada del hombre a la Luna, el avance imparable de la tecnología, los atentados a las Torres Gemelas.
Y al mirar América Latina, hablan de la Revolución cubana, la dictadura de Pinochet, el nacimiento del Mercosur, la teología de la liberación. Y en Colombia, la creación de las Farc y el ELN, y su correlato con los acuerdos de paz.
Son protagonistas de esta historia y, desde ahí, pueden hablar de su pueblo y terminar describiendo, con minucia, la relevancia de su propia casa.

Las afujías del pasado se disuelven. El paso se vuelve lento, el pensamiento más rápido. Hay transformación física y mental: la vista disminuye, pero aumenta la atención al detalle. Surge brillo donde antes hubo sombra. El paso firme confirma el camino recorrido, aunque aún haya baches.

Tener 60 es ser semental y prodigioso de la cultura, el amor y la razón.

javierchaves843@gmail.com j

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