Cuando el poeta Eduardo Carranza visitó Ipiales.
Por: J- Mauricio Chávez Bustos
Por muchos años Eduardo Carranza -nacido en Apiay, Meta, el 23 de julio 1913 y fallecido en Bogotá, el 13 febrero de 1985- fue considerado el Poeta Nacional, así como lo habían sido el fatídico José Asunción Silva y el romántico Julio Flores, quizá debido a la publicidad que se hacía de sus peregrinajes por el mundo, ya que contó con el favor de muchos políticos que le granjearon sendos puestos burocráticos en la diplomacia colombiana, sin desmeritar para nada su obra, como bien lo dijo el poeta Jaime García Mafla: “La poesía de Eduardo Carranza se sitúa en la historia de la literatura-colombiana como encarnadura y encauzadora de un movimiento de renovación, el movimiento Piedra y Cielo, que dio en nuestro país un vuelco tanto a la actitud del autor frente a su obra como en lo que se refiere al manejo del lenguaje y su función”, anotando también que en la revisión de los “cánones literarios”, como lo hace Jiménez Panesso, se le cuestiona el silencio que guardó sobre la poesía de León de Greiff o su posición ideológica oficial expresada en la selección y presentación de algunos jóvenes escritores, así como de sus contemporáneos, entre otros Aurelio Arturo, quien tenía una personalidad opuesta a la de Carranza, menos publicitario y más circunspecto si se quiere.
Pero el tema que aquí nos convoca es de otra índole, recurriremos a la anécdota, a la cual le damos la preponderancia que le da nuestro buen amigo y maestro Vicente Pérez Silva, experto en este asunto, quien sabiamente anota: “Se ha dicho, de igual modo, que “el pueblo conoce más a los personajes por sus anécdotas que por el estudio consciente de sus obras”. Igualmente, creemos que para gozar y recrearse con el ayer lejano o con la época que uno vive, nada mejor que hacerlo al calor y al sabor picante de las manifestaciones festivas. La anécdota, sin la menor duda, es la manifestación por excelencia del ingenio, que perdura a lo largo de todos los tiempos.”
En 1973 Eduardo Carranza visitó la ciudad de Pasto, era ya un poeta consagrado, conocido en toda Hispanoamérica, para muchos su nombre era sinónimo de poesía, en ese año había publicado “Los días que ahora son sueños” y tenía en ciernes “Los pasos cantados”, además de la decena de libros que muestran su fertilidad poética.
Gracias a las diligencias que hizo la Casa de la Cultura de Ipiales, que para entonces llevaba ya dos años de funcionamiento, Miguel Garzón Arteaga logró que Eduardo Carranza visitara Ipiales, y así se hizo, llegó en compañía de la poeta Josefina Vallejo de Castelblanco, y fue atendido con una suculenta chara con espinazo en casa de la poeta y periodista Blanca Morillo Benavides, estuvieron: Hugo Garzón, Luis Paredes, José González, Julio César Chamorro, entre otros, donde se departieron buenas viandas y buenos vinos, para así aderezar la conversación que giró en torno a temas literarios, como bien lo anota el poeta Chamorro, quien goza de una privilegiada memoria.
Visita a Las Lajas, de izquierda a derecha: Camilo Orbes Moreno, Miguel Garzón, Josefina de Castelblanco, Eduardo Carranza, Blanca Morillo; en cuclillas: señor de Apellido Dulce y Julio Cesar Chamorro.
Posteriormente se dirigieron a la Casa de la Cultura, en donde Carranza daría su recital a la sociedad ipialeña. El auditorio de la vieja casona estaba copado en su totalidad, mucha gente estaba ansiosa, no solamente de escuchar sino de ver al poeta que se había convertido en un mito. Él, que había departido con Dalí y con Neruda; él, que había sido condecorado por presidentes y príncipes, estaba ahí. Quizás entre su repertorio estaban el Tema de fuego y mar, o el Canto a las ciudades hispánicas, en una de cuyas estrofas dice: “Aquí Pasto, tiernamente, bajo las doradas nubes del Sur”, o A veces cruza mi pecho dormido, o el Soneto a Teresa.
Se hace la presentación de rigor, con toda la parsimonia y la pantomima del caso, ¡es Carranza el que está en Ipiales!, se hace un silencio sepulcral, sale el poeta, de pie, tal vez traspapelea un poco, siempre el público infunde algo de temor por más experto que sea el invitado; una luz tenue ilumina al poeta, todos esperan que inicie el recital, y así lo hace: coge uno de sus papeles y empieza a leer…. Algunos lo escuchan con venerado respeto, pero algunos cuantos empiezan a sentir niguas en las nalgas, se mueven de un lado para otro en sus sillas, hasta que uno que otro se arriesga a abandonar el auditorio.
¿Qué ha pasado? Alguno de los organizadores de este importante evento se siente preocupado, de tal manera que aprovecha para salir un momento y fumar un cigarrillo, y escucha entonces el diálogo de unos paisanos que han salido del recital, y en fino acento pastuso le dice uno al otro: “¡Uuuuuhhhh ese poeta, ni siquiera se sabe sus propios poemas, le toca leer!”
Claro, la anécdota que se non è vero, è ben trovato, que en buen castellano dice “si no es verdad, está bien inventada”, nos permite entender un poco la tradición literaria de nuestro Ipiales, por lo menos hasta los años 70, en donde los poetas, como los ipialeños Florentino Bustos y Raúl Pérez Pazos o el tuquerreño Aníbal Micolta, entre muchos otros más, si bien habían cultivado la poesía escrita, cuyo testimonio se encuentra en las múltiples revistas y periódicos que existieron en Ipiales hasta esa época, también es cierto que ejercían un papel de juglares, en donde el repentismo era tenido como una cualidad muy valorada, así como la recitación en los eventos públicos, donde estos bardos eran invitados para amenizar un día especial o la inauguración de un sitio importante.
Y es una tradición que se conserva por lo menos durante una década más, no sobra recordar como el publico ipialeño se emocionaba cuando salían al escenario Gladis Esperanza Ortiz, Consuelo, Adiela y Carlos Zamora Gómez, particularmente el último, quien era aclamado y vitoreado como un verdadero vencedor luego de sus magníficas declamaciones.
Los poetas Jorge Rojas, Arturo Camacho, Eduardo Carranza y Aurelio Arturo (izq. a der.)
De tal manera que la anécdota nos remite a una tradición literaria mucho más oral, sin hablar en este punto de las escuelas de teatro que se forjaron desde las sociedades, como la del Carácter y Caro, o de los gremios de artesanos y sindicatos, en donde el histrionismo fue siempre bien valorado por la sociedad obandeña.
Con toda seguridad el poeta Carranza nunca se enteró de lo acontecido en la ciudad de las Nubes Verdes, la anécdota ahora es recordada por quienes ahí estuvieron presentes. Llegó o se fue con su ruana pastusa, como lo hiciera Bolívar en Junio de 1822. Seguiría publicando otros cuantos libros, sería invitado por poetas y aduladores de diferentes rincones del planeta, pero en Ipiales se seguía loando a los declamadores y se recordaría que ese poeta no se sabía ni sus propios poemas.
jemaoch@gmail.com
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