Derecho a vivir y morir dignamente

Por : Jairo Bravo Vélez

Es un domingo cualquiera de un mes cualquiera, producto del obligado encierro y aislamiento a causa del virus que nos rodea, aunado a que escuche´ por distintos medios de comunicación, mentirosos, unos,  y serios, otros, que una valerosa mujer de 51 años de edad, Martha Sepúlveda, madre de familia, había decidido optar por morir dignamente, mediante procedimiento asistido, pero que, sin embargo, le estaban poniendo toda clase de tropiezos, sobre todo aquellos que se creen con potestad de decidir sobre la vida y ahora un buen hombre pide irse al más allá para amainar sus horrendos dolores y ha tenido que soportar el mismo viacrucis que la anterior, me asaltaron pensamientos no deseados sobre la vida y la muerte.

Lo primero que pienso es que ni venimos ni nos vamos de este mundo por nuestra propia voluntad o como nos dicen los hijos cuando están coléricos y en son de reproche: “yo no te pedí que me trajeras a este mundo”; tampoco solicitamos pista para irnos, con algunas justificadas excepciones.

Por tanto, ellas, la vida y la muerte, son hechos inherentes al ser humano, intransferibles, de su exclusiva propiedad, diríamos con cierta seguridad que es lo único que verdaderamente nos pertenece y que, por tanto, cada cual tiene la absoluta libertad de disponer a su arbitrio, aunque una inmensa mayoría no lo cree así, fundados en criterios teocráticos.

Desde el comienzo de nuestras vidas  la sociedad nos impone reglas que, querámoslo o no, son de imperativo cumplimiento que se concretan en asumir una vivencia con obligado decoro y completa honestidad; quien se sale de ese pacto social es estigmatizado, sancionado, penado, muchas veces ridiculizado. Entonces, me pregunto: si me exigen vivir con dignidad y decoro, ¿por qué no se me concede morir en la misma forma? con dignidad. ¿Porque tengo que pedir permiso para decidir sobre mi propia vida?

Lastimosamente en la sociedad de hoy el camino a la muerte  no es la terminación con dignidad de una vida, su culminación, sino el inicio de un peregrinar, de un viacrucis. (Exceptuando la muerte súbita y la accidental).

Desde que ingresamos a un centro asistencial nos conectan a aparatos sofisticados, que dependen de la capacidad económica del paciente o del plan de salud manejado por el sistema para convertir a la salud en un negocio.

Así empieza la cadena de sufrimientos ideado para mantener, alargar y prolongar el sufrimiento; empiezan las consultas, citas evaluativas, exámenes de todos los pelambres y categorías, atención en sala de urgencias, sala de unidad de cuidados intensivos, de recuperación.

Es  la prolongación de la agonía y sometimiento de la vida a determinaciones médicas que se sabe son luchas perdidas. Todo en función del utilitarismo, del dinero. Todas las técnicas de entubamientos, de máquinas respiratorias, de hiperventilación, alimentaciones súper elaboradas, no es más que prolongamiento de sufrimientos; de permanecer días, meses, años hospitalizado sin ningún respeto por el ser humano y su familia, quebrantando el principio consagrado en la Constitución Nacional sobre la dignidad humana, (Art. 4º) base fundamental de los derechos humanos.

Y como “todo nos llega tarde hasta la muerte”,  ahí sí que la estupidez humana sigue jugando con nuestra dignidad pos mortem: lo primero que me pasa es que por obra y gracia de la “parca” me volví el mejor ser humano;  ¡lástima¡ ¡que buen hombre que era¡,  son las primeras expresiones que salen de los labios hipócritas de quienes ni siquiera me habían visto en muchos años.

Me consiguen la mejor sala de velación dizque porque me la merecía, atiborrada de flores; dos noches me visitan obligadamente los que se dicen eran mis amigos y dan abrazos de conmovida condolencia. No falta quien quiera lucirse y llega con un conocido trio de la ciudad y la familiar más endiosada contrata varias misas y la rezandera de turno, cuando el difunto ni rezaba ni iba a misa.

Y cuando ya me tienen en la Iglesia el primero en expulsar frases de elogios es el Cura que no me conocía pero al que previamente se le pago´ por la ceremonia; después viene el familiar que se cree con más autoridad y llena todo el espacio del santo recinto con elogios y, por fin, siguen las lecturas interminables de reconocimientos póstumos.

Pero la “comedia humana” no termina allí: la salida de la iglesia es más solemne que el ingreso; orquestada procesión con el ataúd en hombros por las principales calles de la ciudad, deteniendo el tránsito sin ninguna consideración y con el silencio cómplice de las autoridades.

Mas, ¡Oh miseria humana¡ se ha institucionalizado otra aberrante y despreciable costumbre:  “desfilar” iniciando con el homenajeado cadáver, luego el carro fúnebre (para que va allí si lo llevan en hombros), inmediatamente un rodante con la más estrepitosa música a todos los decibeles posibles, entonando las canciones que dicen le gustaban al extinto, y de últimos los deudos y amigos acompañados del infaltable licor, no importa si hay ley seca, el dolor está por encima de la ley.  Mientras dura el desfile mortuorio el tránsito de la ciudad se convierte en caos, en crisis.

Al Covid 19 se le debe agradecer que en enésimos casos nos ha liberado (y a los muerticos también) de presenciar estos atroces espectáculos de la miseria humana. La obligada omisión de la absurda parafernalia usada referentemente en estos rituales fúnebres, no ha trasgredido las normas de la moral, de las buenas costumbres, del respeto debido a los que se nos adelantaron, víctimas de esta hecatombe universal o de cualquier otra causa, no ha menoscabado el dolor profundo de los deudos. La pandemia no ha permitido la parafernalia hipócrita pero ya volverá para satisfacción voraz de las salas de velación.

Ante este nefasto panorama recuerdo a SOCRATES, el filósofo modelo de templanza y de moralidad, quien poco antes del viaje sin retorno creyó prudente ir a bañarse para evitar con ello que las mujeres, como era costumbre en su época, tuvieran que lavar su cadáver. Una vez limpio, bebió el veneno y cuando sintió sus piernas ya pesadas, se acostó dignamente sobre sus espaldas, despertando la admiración de cuantos le rodeaban. Desde ese tiempo ya se hablaba de la libre determinación de la muerte y de la vida.

Porfirio Barba Jacob el gran cantor al ser, a la vida, al sentimiento, al amor, ya lo había expresado en sus escritos cuando por falta de consideración por sus sufrimientos por una enfermedad terminal, la escasez de recursos y sometido a la caridad de allegados y amigos, escribió: “Presento disculpas por esta agonía tan poco gallarda”. Y así le canto en su bello poema Canción de la vida profunda, a su hora final: “MAS HAY TAMBIEN ¡OH TIERRA¡ UN DIA… UN DIA… UN DIA… EN QUE LEVAMOS ANCLAS PARA JAMAS VOLVER… UN DIA EN QUE DISCURREN VIENTOS INELUCTABLES. UN DIA EN QUE YA NADIE NOS PUEDE DETENER”.

Jairo bravo Vélez.

COLETILLA 1: Con votación 6-3 la sala plena de la corte constitucional amplio el derecho fundamental a morir dignamente a aquellos pacientes que padezcan intenso sufrimiento por lesión corporal o enfermedad grave e incurable. Es decir que ya no es requisito ser paciente terminal para solicitar la eutanasia en Colombia como había dispuesto la misma corte en fallo de 1997.

COLETILLA 2: El 16 de noviembre/21 la plenaria de la Cámara de Representantes hundió´ en segundo debate por 77 a 65 el proyecto de ley que buscaba reglamentar la eutanasia. La Corte constitucional en varias oportunidades ha pedido que legislen.

COLETILLA 3: Al buen hombre, llamado vector Escobar, se le aplicara la eutanasia el 7 de enero de 2022, por orden judicial; ive conectado 24 horas a respiradores artificiales.

jairobravo2010@hotmail.es

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