UN EJEMPLO DE AMOR, DE VIDA Y DE PERDÓN
Por : Jairo Bravo Vélez
Ante la tradicional y anual celebración del día del padre deseo compartir con mis amables lectores un episodio que creo es digno de difundirlo para que en realidad se conozca y podamos sacar buenas reflexiones, propias del hecho en sí, ya que puede inexorablemente otorgarnos positivos y ejemplarizantes mensajes.
Hace muchos años habíase conformado una familia en un pueblo cualquiera de este sur de la Patria que soñaba con formarse un futuro a fuerza de trabajo, dedicación, amor mutuo y conducta ejemplarizante para sus hijos que, con el correr del tiempo, llegaron a ser seis inquietos chiquillos. Sin embargo, todos los proyectos, las ilusiones y los propósitos se fueron a pique porque el padre no cumplió con el juramento que hiciera ante el Altar. Tomó las de Villadiego y nunca más se supo de él.
La madre, mujer batalladora, como todas las de nuestra región, con quilates morales y con suficiente templanza para manejar la situación a la que súbitamente se vio abocada, se olvidó del dolor de la traición, del desamor y el abandono y, ese horrible sentimiento que lacera el corazón, lo materializó en arrancarle a la tierra el producido de sus siembras cuyos surcos mezclaba con sus lágrimas sin que nadie supiera cuán grande era su sufrimiento. Seguramente ella decía como Chaplin: me encanta la lluvia porque se confunde con mis lágrimas.
A sus pequeños hijos nunca les hizo conocer su duelo, les escondió su pena y nunca denostó del crápula que prefirió seguir sus instintos perversos a pesar que sus mochuelos lloraban en coro, suplicaban y añoraba la presencia del padre.
Los hijos fueron creciendo alrededor de su madre que con toda clase de esfuerzos los fue protegiendo, alimentando, prodigándoles lo que estaba a su alcance sin que nunca les faltara lo indispensable, hasta que poco a poco fuéronse asomando a la vida. Se hicieron verdaderas mujeres, unas y otros, valiosos hombres. Son ahora personas de bien, trabajadores y, sobre todo, amantísimos hijos que admiran y respetan a su madre, ella que luchó sola con sus manos encallecidas para sacarlos adelante.
Me quitaba el pan de mi boca para dárselo a mis hijos, -dice ahora con orgullo pero con cierta nostalgia- pues recuerda su época de esfuerzos y privaciones. Viene como anillo al dedo la bella canción de Miguel Ángel Robles “viuda a los veinte años” al decir: “trabajó de mucama, fue padre y madre, no tuvo sexo”.
Dicen que el tiempo borra todo y si no, por lo menos cuando las calendas, que son inflexibles, se van arrumando sin que nos detengamos a contarlas; nos damos cuenta que los recuerdos buenos y malos se van quedando en un rinconcito de nuestra humanidad y allí dormitan a no ser que un detonante los despierte.
Y la voz de alerta llegó cuando un vecino cualquiera viajó a lugares no tenidos en cuenta por quienes conocían al ausente y no tardó en llegar y noticiar a alguno de sus hijos. Se supo después de treinta años o más que el padre y ex esposo había aparecido, – ¡estaba vivo! – lo habían encontrado accidentalmente, sin proponérselo.
Estaba casi irreconocible, los años habían cobrado pertenencia, era un anciano escuálido; en su cabeza prevalecía el blanco de las canas, en su rostro las pronunciadas arrugas habían cobrado lo que les pertenecía y toda su presencia demostraba la precariedad de su situación lamentable. En fin, era una persona enjuta, un perdulario.
No importó para los hijos la apariencia física, ¡era su padre! y no sacaron de la caja del tiempo las malas acciones, los errores, ¡era su padre! Entonces le prodigaron lo necesario para que pudiera vivir dignamente. Pero era tarde se moría; los desmanes, las privaciones, la falta de atenciones de toda índole pasaron cuenta de cobro y al poco tiempo partió, ahora sí, para no volver.
Yo creo que su conciencia dirigió la orquesta en ese camino pedregoso y oscuro de la cobranza que se acerca demasiado a la venganza, que nunca tuvo asiento en los miembros de la familia que dejó atrás. Ese innoble sentimiento solo le quedó al tiempo que nada perdona.
Los hijos fueron por los restos de su padre al sitio donde lo encontraron meses atrás, lo llevaron al terruño de donde nunca debía haber salido y en la casa de la que fue su esposa en la cual vive, rodeada del amor ilimitado de sus hijos y descendencia, se le dio el cristiano adiós.
Nuevamente la madre vuelve a demostrar la ilimitada bondad que hay en su corazón, allí estuvo presente, elevando oraciones porque el Dios de todos lo tenga en su seno. Así, rodeado de sus hijos, de sus vecinos, de sus familiares y amigos llegó a su ultimo descanso. Ahora la cajita del tiempo que una vez se abrió para encontrarlo y darle postrimera protección tal vez nunca jamás se vuelva a abrir. Pero quedará asegurada con la llave del duelo que sus hijos manejarán en forma sempiterna.
Este conmovedor episodio extraído de la vida diaria, sin estar en la imaginación del mejor novelista, nos lleva inexorablemente, por más endurecido que se tenga el corazón, a múltiples y variadas reflexiones; yo intentaré proporcionar las mías que pueden ser más sensibles porque conocí de muy cerca el recorrido de esta historia de amor, desamor, perdón y bondad suma. Otras las dejo a usted, amable lector.
UNO. – los hijos en ningún caso, por ningún motivo o razón, así el padre o la madre sean los seres más abominables del mundo, se les debe guardar respeto. Se dice que el respeto se gana, es cierto. Pero si no se ganaron el respeto, usted, hijo, no tiene el derecho a abrogarse un vínculo que permanecerá hasta el fin de sus días y más allá, no lo dude, hace parte de su yo.
No se convierta en su juez implacable, no los condene al desamor que es la cárcel de “más alta peligrosidad” porque tú, hijo, le propinaste la pena más alta que puede haber: lo condenaste al desamor y contra esa pena no hay impugnación, no hay apelación, porque el juez de segunda instancia será tu conciencia.
DOS. – Una separación no puede ser de tres, no arrope con sus sentimientos a sus hijos y menos que los padres denigren del otro, frente a ellos. Si los dos fuimos incapaces de salir adelante con nuestra familia no hagamos que la conciencia del hijo, hija, se dañen por los mal intencionados conceptos de progenitores sin escrúpulos. El amor a los hijos es y será perenne.
TRES. – Perdón y olvido son dos de las más grandes mentiras de la humanidad, rara vez se sabe de una historia de perdón y, cuando se conocen, ellas son dignas de encomio; de ahí que resalto la actitud de la madre de esta historia.
En cuanto a olvidar no es no pensar sino pensar sin dolor. La canción afirma que el primer amor nunca se olvida, pero se lo recuerda allá, muy lejos, con la sonrisa de la ingenuidad de ese entonces. Casi nunca ese recuerdo es triste y si me equivoco para aquellos que lo recuerdan con tristeza les exhorto a que nunca se cobijen con sentimientos inocuos de lo que pudo haber sido y no fue.
Mi estimado doctor Jairo siempre he valorado esa enorme calidad de sus escritos fruto de la experiencia conocimiento y dedicación en el cultivo de las letras que con gran sapiencia los transmite a sus lectores dejando una enorme satisfacción
Adelante siempre adelante
Un abrazo