“En agosto nos vemos”
Por : Henry Manrique B
En la década de los ochenta una ferviente admiración hacia el premio nobel de literatura, Gabriel García Márquez, le fue proporcionada por los colombianos. De alguna forma todos nos volvimos “gabólogos” pues ningún acontecimiento resonante y de carácter universal había ofrecido Colombia al mundo, y el orgullo se volvió común, porque de alguna manera todos éramos aquel humano extraordinario que permitió un reconocimiento de nuestro ser latinoamericano, que no solo representaba a las elites del país sino también a los nadie, que éramos la mayoría.
Era “Cien años de soledad” la novela casi obligada a ser comentada y ser “tallereada” en las aulas de los colegios, era como si antes de, nada se hubiera escrito, pero, luego aparecieron otra obras y algunos creen que El amor en los tiempos del cólera, presenta la esencia de la obra del nobel colombiano. Y en esa discusión en la que intervienen los “intelectuales” y críticos literarios, que fueron doblegando a los no conocedores de temas literarios profundos, se enfrascaron en explicar la renovación de las estructuras narrativas y todos esos temas petulantes hasta crear un narcisismo, en ciertos círculos intelectuales del país.
Así la obra fue pasando con las generaciones y se habló de decadencia, se manifestó la calidad dudosa… obras como Del amor y otros demonios, Memorias de mis putas tristes, generaron un discurso que degrada al autor.
Y quizá, sin ser tan incisivo, se puede plantear eso, pues las últimas obras de García Márquez, no se pueden amparar en el mismo discurso fundacional, mítico, legendario, de identidad que son los puntales de Cien años de soledad. Después de ese cataclismo creativo será que se puede crear algo superior. Así mismo podemos hablar de la obra de Juan Rulfo, Pedro Paramo, luego de amalgamar las cosmovisiones indígenas mestizas de Latinoamérica y plantear la duda muerte vida, al escritor mexicano ¿le fue posible la escritura de otra obra que supere esa esencia discursiva? No, pues hay cumbres a las que se llega en una sola ocasión, pero, estas alturas alcanzadas por única vez no pueden desvirtuar el trabajo anterior y posterior de los creadores o narradores, para el caso.
Algo así pasa en los actuales tiempos. Como un encantamiento para el mundo aparece la novela póstuma de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos: discusiones, análisis, diatribas, entrevistas. Creo que lo que propició este certamen literario fue uno más de los misterios “garciamarquianos” mamador de gallo, pues, lo que ha permitido es la recreación, la relectura, la magia de entender ese misterio que guarda la generación de la novela, pues, Rodrigo García, afirma que, en el proceso de creación, el autor nobel, en la medida del proceso escritural, iba perdiendo la memoria. Quizá ese sea el misterio, la magia, la esencia, es decir, de alguna manera la obra es una reflexión profunda sobre la desmemoria, por no decir olvido que no existe como lo manifiesta Borges.
En agosto nos vemos, la novela, hay una sencillez y una ternura en la historia narrada que solo hace falta un solo tirón para sentir la necesidad amatoria de Ana Magdalena Bach. Quizá por eso es muy reiterativo la alusión a la música, y a la lectura que hace Ana de novelas de grandes autores, quizá clásicos, pues esta amalgama: mujer, música, literatura, al igual que en su ultimo viaje hacia el lugar donde reposa la madre, permite el reconocimiento de sí mismo. En la muerte del otro nos reconocemos, pues es nuestro destino, parece meditar Ana Magdalena quien, al mismo tiempo, comprende que también la esperan.
En agosto no vemos, no es Cien años de soledad, acaso sea como el último puntal de esa saga que creó un universo, tipo Aleph, donde se genera todo, Macondo, o en el caso de Rulfo, Comala, lugar donde se vive muerto.
Ana Magdalena visita la muerte, encuentra amores, el final de estas intenciones es abrupto…se exhuma … toca seguir viviendo.
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