La Profesora y el búnker
Por : Henry Manrique B
De las cosas extraordinarias, en el Cauca existe una escuela llamada la odisea, quizá su nombre reintente las peripecias de Ulises. Para el héroe griego, su infierno es la guerra; la esperanza, el retorno navegando el mar de las dificultades, y la alegría Ítaca donde encuentra la felicidad. Quizá este fue el esquema dantesco para prefigurar ese largo viaje que es la vida. Cavafis también lo dice y nos informa sobre el puerto final ineludible. La vida es un trayecto plagado de infiernos que inevitablemente se recorren.
Pero vamos al caso real, para la nota, tergiversado en cuanto a espacio y personaje. Una Jambalueña, para el imaginario Dionisia, docente cuya labor desempeña en La Odisea, le extraña el caso: la visita de las autoridades educativas a su pequeña institución, quienes verificarán la inversión mínima que se asignó para infraestructura y locaciones y enseres.
La inspección es sorpresiva para los burócratas, porque, al contrario, en vez de las mejoras esperadas, Dionisia ha construido cerca de las aulas un “Búnker” con los escaso recursos, es decir un cambuche en el cual se guarecen ella y sus alumnos mientras el fuego cruzado, que es continuo, cesa. Las balas siempre pegan en las paredes de la escuela, rompen ventanas, pasan silbando, muy cerca, muy cerca del lugar de refugio.
Los inspectores, con su aire de eficiencia y honestidad controvierten con Dionisia quien será investigada y quizá sancionada por desviación de recursos del estado. ¿Construir un cambuche para preservar la vida? Eso es mágico para la sensibilidad, no para la miopía.
A sus estudiantes, niños, escasos de esperanzas, les enseña, no solo matemáticas y castellano… sino también temas de protección: el arrastre a ras del piso tipo militar, a no desesperarse y salir corriendo, a no equivocarse en la la forma de ingresar al “bunker” en un tiempo determinado para llegar al espacio asignado, a esperar con paciencia a que los combates terminen.
Ella es la última en ingresar, cuando lo hace, los niños se arremolinan alrededor de su cuerpo, ella amplia y milagrosa los aprieta a su vientre, los arrulla, quiere ser junto a sus miedos y miradas una sola alma buena. Los niños asumen la estatura de su cuerpo, ella los acaricia mágicamente a todos y pasa sus dedos por sus cabezas mientras les relata historias fantásticas hasta que llega el silencio de la guerra.
Aquí dos situaciones, qué acto pedagógico puede ser mayor que el del amor, qué actitud puede ser más sublime qué el ser madre en los momentos aciagos, no importa de quien, que aula puede ser más perfecta sino aquella en la que se protege la vida con la vida, verdadero sacrificio; y segundo qué maestra es capaz de ofrendarlo todo, todo por preservar su fe en el futuro de los niños, la esperanza.
Quizá en la Odisea, escuela del Departamento del cauca, así como en tantas de las instituciones rurales del país, y haciendo ese parangón con las obras clásicas de la literatura universal, los niños aún están sufriendo un infierno heredado, la guerra, y es necesario ofrecerles ese viaje de retorno a la felicidad a la alegría.
Para finalizar, Fernando Savater, habla del valor de educar, más importante en la acepción o en el significado de entrega, de responsabilidad, de convicción, de ética vocacional, incluso de moral y, del verdadero valor, exaltar la vida propia y la de los demás, actitud muy asidua en Dionisia, pero escasa en muchos sectores arribistas del país que se refugian en ostentosas mansiones llenas de sangre.
Muy buena narrativa, lo introduce en el sentimiento, nos alegra leer al profesor Manrique