Probablemente los encuestados hacen parte de ese pequeño 10% de colombianos privilegiados que concentran entre el 70 y 80% de la riqueza total del país, según un reciente informe del periódico El Espectador, lo que les permite a ellos ser ajenos e indiferentes a nuestra realidad, o puede suceder que esos encuestados hagan parte de ese gran porcentaje de paisanos desinformados por su baja ilustración académica o por un acostumbrado conformismo.

No comprendo cómo puede hablarse de felicidad en un país donde la corrupción se campea bajo la mirada permisiva de los contribuyentes, sobre quienes esos “doctores” se pavonean individual, familiar y socialmente con sus lujos y comodidades derivadas de sus “empresas” electorales.

Es también posible que tantas cosas, casos y escándalos que semanalmente conocemos por los medios -menos que por los fallos condenatorios de las entidades de control y juzgamiento-, nos haya generado una costra y nos hayamos acostumbrado a convertir cada escándalo en un buen motivo de tertulia social.

En poco comienzan unas nuevas jornadas electorales que pueden ser las armas que siempre hemos tenido pero no hemos usado, para exterminar en las urnas a esos grandes caciques que se han servido de la ignorancia de la gente humilde y sus angustias laborales, las que siempre tendrán como fuente de los votos amarrados que aquellos necesitan para mantenerse en el poder, con los privilegios que contrastan con las necesidades e inequidad de una nación que se enseñó a ser masoquista.

 Contrario a lo que sostienen quienes se sirven de ese régimen de corrupción, SÍ SE PUEDE! El cambio es ahora o nunca. 

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