VAMOS DESPACIO QUE TENGO PRISA.

Por : Jairo Bravo Vélez

El casi octogenario hombre, influenciado por los sentimientos encontrados que le producían las épocas navideñas y de fin y principio de año, se dio cuenta que una profunda nostalgia, acompañada de su consuetudinaria tristeza y melancolía invadían todo su ser.

Las pascuas se iniciaban con la colocación de las acostumbradas luces de neón que dan unas luminosidades brillantes, titilantes y de todos los colores que sus dueños tratan sean lo más llamativas posibles y con la elaboración de los pesebres que se aprestan a ser testigos de la época navideña, sin importar que aún nos encontrábamos a dos meses de las universales fiestas navideñas.

    Cómo, reflexionó el anciano, – así le gustaba que le dijeran, talvez porque para estos tiempos de irreverencia es menos peyorativo que viejo – los humanos buscamos vivir con tanta prisa y urgencia que lo único que se logra es la alteración de la integridad física y/o mental de las personas, para luego quejarnos nostálgicos: estamos preocupados por lo rápido que se fue esta semana, este mes, este año. Se volvió inveterada costumbre, agregó, que la navidad comience a finales de octubre.

    Yo ahora voy despacio, quiero ir despacio, me interesa ir lento porque la prisa se me quedó atrás, no sé si la dejé o me dejó, lo importante es que ya quedó en el pasado. No me sirvió para nada, solo me quedó un sentimiento de culpa. “Del afán solo queda el cansancio” decían sabiamente nuestros mayores.

    Esa es razón suficiente para que ahora pueda mirar como mis semejantes pierden su tiempo haciendo todo a prisa, aligerando todo lo que está a su alcance: los padres quieren que sus hijos sean doctores lo más rápido posible, no importa la edad, vale es el título así sean aún adolescentes, para que trabajen, para que ganen dinero, para que triunfen. Las mujeres a los catorce años ya son madres; La juventud tiene prisa por casarse, pero hay más prisa por divorciarse.

    Los concejales después de seis meses de sesiones ya quieren ser alcaldes, los jueces anhelan ser magistrados sin tener la madurez jurídica y así en todas las áreas de este amplio y complicado mundo. Todo a prisa. Todos por llegar a prisa. Conduzco con toda rapidez no importa el peligro, hay que llegar rápido, la razón de esa prisa ni siquiera se sabe, el todo es llegar. Vaya despacio, no vaya aprisa en su casa lo esperan, dicen algunos avisos en las vías.

    “Vamos despacio que tengo prisa” rumió sabiamente el viejo, continuando con sus pensamientos, con sus divagaciones y se sintió satisfecho de haber acuñado esa frase sin importarle el contrasentido de la misma. La dijo en el momento de sus reflexiones, de sus elucubraciones. Es que, si nos detenemos a analizar, así sea superficialmente esta sociedad de la que me siento extraño y huraño, dijo, tendrán que darme tarde o temprano la razón.

    Los que van a prisa deberían ir despacio y los que andan lento deberían ser más rápidos. Entonces recordó que tuvo que acudir a la justicia y su asunto permaneció doce años de trámite en trámite, de oficina en oficina, de papeleo en papeleo; su primer abogado murió y lo remplazó su joven hijo que quería ir a prisa, pero la lentitud y la morosidad de los funcionarios se lo impedía, reinaba la parsimonia, eran los reyes de la lentitud. ¿Habrá, dijo, un solo funcionario con sentido de humanidad? Tendré que buscarlo con la lámpara de Diógenes. Pero me olvidaba que sí hay prisa suma para que se les agote su horario laboral.

    Ahora en mi soledad pienso cuanto daño han hecho aquellos que andan despacio, sin prisa, cuando deben afrontar responsabilidades inherentes a la comunidad, a lo social. No fui un hombre preparado intelectualmente, solo estudié lo básico. Tampoco he conocido otras regiones, siempre estuve aquí desempeñando mi oficio, sacando adelante a mis dos hijos.

    El libro de mi experiencia me da suficiente autoridad para hablar de esa lentitud y del mal que ha hecho a la región. Recuerdo que para pavimentar siete kilómetros de carretera nuestros líderes se demoraron casi treinta años; para pavimentar dos kilómetros un alcalde se demoró cuatro años y perjudicó la economía familiar de muchas familias, las que si tenían prisa por que la obra termine.

    Vamos tan despacio y parece que tampoco tenemos prisa cuando llevamos diez años construyendo un hospital de primer nivel y ni siquiera piensan nuestros caudillos en que los miles de enfermos tienen prisa. Con insistente afán un alcalde desalojó a los pequeños comerciantes de una plaza de mercado y ese proyecto ha caminado tan despacio que no se sabe cómo derrumbar lo que comenzaron a ejecutar; los vendedores tienen prisa por que se les restablezcan sus derechos y los ciudadanos para saber a dónde han ido los dineros de esas incompletas obras.

     Tanta prisa tuvo un burgomaestre en lanzar a treinta y ocho familias que ejercían el comercio en el Centro Comercial Madrugón que al otro día de posesionado hizo efectiva la orden y dejó sin protección a esas familias. Durante cuatro años ha permanecido ese inmueble, que es un lugar céntrico de la ciudad, abandonado, desperdiciado y con detrimento patrimonial sumamente considerable para la ciudad. Y nadie tiene prisa en pedir cuentas.

    Hemos, manifestó finalmente el adulto mayor, soportado despacio, sin prisa, con la paciencia de Job, que más de ciento ochenta mil habitantes de esta futurista ciudad tengamos que sufrir por la insuficiencia y la insalubridad del agua que consumimos. Los últimos gobiernos municipales han sido incapaces de buscar una solución verdadera. Grave es el problema. La ciudad crece, se proyecta, próspera, pero los inversionistas ponen sus ojos en otro lado debido a este problema y a muchos otros que necesitan urgentemente solución.

     Acomodándose en su asiento, se sacó su roído sombrero y dijo: voy a dar dos soluciones a estas locuras que me he planteado, una de carácter individual y la otra para toda la comunidad, si acaso me atrevo a exteriorizar mis pensamientos. La primera: después de haber corrido tanto para hacer felices a muchos, he decidido sentarme a ver quién está dispuesto a correr para hacerme feliz.

    La segunda: vamos despacio todos los que creemos que este país tiene que cambiar porque de lo contrario nos hundimos; debemos lograr con prisa que los no creyentes acepten que hay que romper las barreras del egoísmo y de la codicia para aprovechar que después de más de doscientos años tenemos un gobierno dispuesto a realizar los cambios que necesitamos en lo económico, lo social lo cultural, lo ideológico.

    Yo espero que el protagonista de esta historia haga conocer sus pensamientos, los divulgue, los comparta y lo mismo hagamos los que creemos y ambicionamos el cambio con el fin de que en algo frenemos al periodismo de los grandes poderes económicos que orquestalmente están difundiendo falsas noticias y callando las realizaciones que se están haciendo en busca del progreso. La verdad tiene que conocerse. Esta lucha no es contra el pueblo colombiano es contra el poder económico de unos pocos y contra sus serviles e incondicionales defensores.

     jairobravo2010@hotmail.es 

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