“Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía…”
Por: Alfonso Cabrera J.
El violador eres tú.
Son los policías
Los jueces
El estado
El presidente
El estado opresor
Es un macho violador
Se suponía que en el siglo XXI las sociedades ya habíamos llegado a la modernidad, una época en la que la humanidad disfruta de un grado de pensamiento basado en la razón, con la capacidad de dar respuestas lógicas a los problemas, sin acudir a supersticiones o mitos. Se suponía que ya contábamos con una educación de calidad para poder entender el mundo y para resolver problemas de manera sensata.
Por otro lado, la modernidad es el tiempo de las constituciones y de las leyes, como garantía de respeto y convivencia, es sinónimo de derechos laborales en contra de la explotación, el servilismo, el esclavismo, y por último, la modernidad es el entendimiento de la democracia como un sistema político en el que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos, sin diferencia de ninguna clase, en donde el gobierno se orienta por las leyes y por encima de las armas.
Este nivel de inteligencia y de vida social, ha sido la meta de toda la humanidad a lo largo de todos los siglos. Un nivel de derechos al que se suponía habíamos llegado para dedicarnos a resolver los problemas de la pobreza. Pero la realidad que muestran los últimos hechos ocurridos en Colombia, con la violación de una niña indígena en Risaralda, por parte de siete miembros de la fuerza pública, nos muestra todo lo contrario. Con el agravante de que no se trata de casos aislados sino de una práctica reiterada en las fuerzas armadas con cientos de casos en investigación.
La verdad es que no hemos alcanzado la modernidad. Todavía nuestro pensamiento es de la época de la colonia, una época en la que mandaban los grandes señores feudales, los amos de las haciendas, dueños de la economía y la política del Estado, en donde todo se explicaba no por la razón sino por el miedo y la superstición. Las leyes se hacían al gusto de las familias poderosas, para que las cumplan los otros, para que las obedezcan los pobres. La democracia era una idea subversiva, una blasfemia. Los muertos de hambre no podían ser iguales a los grandes señores.
En la colonia se explotaba a los indios y los negros hasta matarlos, porque en esa época se entendía que no eran gente, que las mujeres eran objetos sexuales, que los niños no eran personas, que los pobres, no valían nada. Esta forma de pensar y gobernar, estaba respaldada por grandes ejércitos, ejércitos que asaltaban los pueblos, saqueaban las casas y violaban a las mujeres, era el botín de la guerra. Igual que hoy.
Esa es la realidad, no hemos avanzado mucho, tal vez hemos mejorado en tecnología y en la producción de mercancías, como mercaderes, pero en el campo humano, en dignidad, en derechos, en inteligencia, en convivencia, valores, muy poco. Nos estancamos en la edad media, en el oscurantismo del poder de los grandes amos, ahora convertidos en señores de la banca, de las multinacionales, de los grandes grupos económicos. Vivimos en un Estado neocolonial, mercantilista y fascista.
Es la realidad profunda y clara de nuestra mal llamada república. Cuál constitución y derechos, cuál ley, cuál racionalismo, cuál democracia cuál soberanía. Aquí hay dueños, patrones, amos, que se enriquecen a costa de la sociedad más débil, y si a alguien no le gusta, existen muchos ejércitos que hacen cumplir la única ley vigente en el territorio, la ley del silencio.
Con todo lo anterior, debemos tener claro que el problema no se reduce a la maldad de siete soldados. El problema es el sistema institucional colombiano, es la formación o deformación que reciben los jóvenes en el ejército, es la mentalidad de un ejército nacional con mentalidad de guerra, el problema es un gobierno militarista reacio a la paz, el problema es un Estado sectario sin verdaderos controles, o con controles politiqueros para defender a los dueños del poder, el problema es una educación de mala calidad, pobre, en hacinamiento -y ahora en aislamiento- el problema es la tradición familiar machista.
Como dicen las mujeres en su canción, Un violador en tu camino, el violador eres tú: tú, fiscal que dudas de la niña violada, tú senadora Cabal que defiendes al soldado, tú señor presidente que saboteas la paz tú, alcalde o gerente que acosas a las secretarias, tú, que odias al indígena y no lo consideras tu, hermano, tú que discriminas al afrodescendiente, o a la población LGBTI, a los pobres, el violador eres tú, porque ese pensamiento es el que destruye la dignidad de los otros.
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